La fuerza del pueblo << José de la Cruz García Mora >>
La contradicción política es uno de los elementos indispensables en la conformación funcional y estructural de todo sistema democrático. El antagonismo de visiones permite la confrontación de propuestas, el diseño de proyectos de país y la búsqueda del respaldo del pueblo a la opción más viable. Los cimientos y pedestales de cualquier liderazgo político de verdadera trascendencia y proyección, sin lugar a dudas, deben estar arraigados en la confianza y la credibilidad de la ciudadanía. El ejercicio del voto supone la vía más expedita para determinar las preferencias políticas del electorado. Siempre habrá grupos adherentes y opositores al desempeño de los gobernantes, porque también habrá muchos aspirantes a ejercer el poder desde las instancias de comando, en distintos períodos constitucionales. Pero la fuerza del pueblo es la que siempre debe decidir los destinos de la patria, mediante el ejercicio libre de la soberanía popular, en un clima de tolerancia, respeto y convivencia pacífica entre todos los ciudadanos.
En un país con larga tradición democrática como Venezuela, donde las diferencias políticas se terminan resolviendo en las urnas electorales, siempre es preferible que haya frecuentes elecciones a que haya muchas bombas asesinas, masacrando inocentes y llevando el dolor y el desconsuelo a los hogares. En el mundo hay muchos espejos dramáticos para aprender de antemano la lección de la paz. La contradicción es útil cuando se buscan mecanismos pacíficos, como las elecciones, para dirimir diferencias políticas. En un clima de excesiva polaridad, como el que ahora vive el país, la decisión más sabia y prudente que el pueblo llano puede tomar, sencillamente, consiste en minimizar el espíritu incendiario y agresivo que se promueve desde los más poderosos medios de comunicación, tanto nacionales como internacionales. El pueblo tiene la fuerza y la inteligencia colectiva, especialmente en los estratos de la juventud estudiosa, para no dejarse enceguecer ni conducir como un cordero hacia el cadalso.
Faltan pocos días para el evento electoral de aprobación de la enmienda constitucional. Si se hace cierta la vieja consigna de que la "democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", entonces, lo ideal es que los adherentes a los bloques en pugna se movilicen hacia los centros de votación a consignar su decisión. Las urnas electorales serán las que digan la última palabra sobre los destinos del proyecto político bolivariano, al permitir o negar la tercera postulación del presidente Hugo Chávez. En el pueblo hay suficiente madurez y convicción revolucionaria de lo que significa la paz, la armonía y la convivencia pacífica. Allí radica la fuerza verdadera de la ciudadanía. Cada quien tiene perfecto derecho a apoyar la enmienda, o a negar la misma, si esa es su preferencia y decisión. Pero nadie tiene derecho a negarle al pueblo la fuerza vital de las decisiones trascendentales, así haya grupos de poder con mucho dinero. Los ciudadanos son los únicos dueños de las decisiones políticas.
josegarmo@yahoo.com
La contradicción política es uno de los elementos indispensables en la conformación funcional y estructural de todo sistema democrático. El antagonismo de visiones permite la confrontación de propuestas, el diseño de proyectos de país y la búsqueda del respaldo del pueblo a la opción más viable. Los cimientos y pedestales de cualquier liderazgo político de verdadera trascendencia y proyección, sin lugar a dudas, deben estar arraigados en la confianza y la credibilidad de la ciudadanía. El ejercicio del voto supone la vía más expedita para determinar las preferencias políticas del electorado. Siempre habrá grupos adherentes y opositores al desempeño de los gobernantes, porque también habrá muchos aspirantes a ejercer el poder desde las instancias de comando, en distintos períodos constitucionales. Pero la fuerza del pueblo es la que siempre debe decidir los destinos de la patria, mediante el ejercicio libre de la soberanía popular, en un clima de tolerancia, respeto y convivencia pacífica entre todos los ciudadanos.
En un país con larga tradición democrática como Venezuela, donde las diferencias políticas se terminan resolviendo en las urnas electorales, siempre es preferible que haya frecuentes elecciones a que haya muchas bombas asesinas, masacrando inocentes y llevando el dolor y el desconsuelo a los hogares. En el mundo hay muchos espejos dramáticos para aprender de antemano la lección de la paz. La contradicción es útil cuando se buscan mecanismos pacíficos, como las elecciones, para dirimir diferencias políticas. En un clima de excesiva polaridad, como el que ahora vive el país, la decisión más sabia y prudente que el pueblo llano puede tomar, sencillamente, consiste en minimizar el espíritu incendiario y agresivo que se promueve desde los más poderosos medios de comunicación, tanto nacionales como internacionales. El pueblo tiene la fuerza y la inteligencia colectiva, especialmente en los estratos de la juventud estudiosa, para no dejarse enceguecer ni conducir como un cordero hacia el cadalso.
Faltan pocos días para el evento electoral de aprobación de la enmienda constitucional. Si se hace cierta la vieja consigna de que la "democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", entonces, lo ideal es que los adherentes a los bloques en pugna se movilicen hacia los centros de votación a consignar su decisión. Las urnas electorales serán las que digan la última palabra sobre los destinos del proyecto político bolivariano, al permitir o negar la tercera postulación del presidente Hugo Chávez. En el pueblo hay suficiente madurez y convicción revolucionaria de lo que significa la paz, la armonía y la convivencia pacífica. Allí radica la fuerza verdadera de la ciudadanía. Cada quien tiene perfecto derecho a apoyar la enmienda, o a negar la misma, si esa es su preferencia y decisión. Pero nadie tiene derecho a negarle al pueblo la fuerza vital de las decisiones trascendentales, así haya grupos de poder con mucho dinero. Los ciudadanos son los únicos dueños de las decisiones políticas.
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