Una vez que ha culminado el proceso
oficial de postulaciones para los diferentes cargos de Alcaldes y Concejales,
hacia el interior de los partidos y los respectivos bloques de unidad política
queda el reto de subsanar las heridas y aplacar los numerosos descontentos
producidos por las aspiraciones frustradas. Ese es el gran reto para las
organizaciones partidistas que entraron al juego democrático electoral. Pero
hacia lo externo de estas colectividades político-ideológicas, en la conciencia
misma del ciudadano, queda planteada la necesidad de reclamar las mejores
propuestas para la gestión local en las respectivas comunidades. Las elecciones
municipales corren el riesgo de convertirse en un torneo de fanatismos
exacerbados y adherencias a ciegas, movidas por la relación amor-odio hacia los
bloques y tendencias políticas que han copado la escena en los últimos lustros,
cuando en realidad debieran estar marcadas por el concurso de propuestas de
trabajo en pro del bienestar y la calidad de vida de los vecinos.
La
democracia protagónica plantea el reto de que el ciudadano, independientemente
de su filiación partidista, se asuma como agente clave en el diseño y
construcción de la sociedad y en la definición del rumbo colectivo de la misma,
no como mera ficha decorativa en el ajedrez político de la nación. Las
elecciones municipales, por su misma naturaleza, constituyen el contexto ideal
para zafarse de la sumisión partidista y plantear un enfoque más comprometido
con los intereses de la comunidad. En tal sentido, en la medida en que el
electorado tenga capacidad para exigir propuestas y no para obedecer mandatos, en
esa misma medida se estará consolidando la base social para que la dirigencia
local pueda articular acciones en beneficio de todos. La esencia de las
elecciones municipales se mueve hacia la búsqueda de un liderazgo comprometido
con la gestión de los asuntos públicos más cercanos al ciudadano de a pie. No
son una simple operación matemática para definir la aritmética del poder
político a nivel nacional.
Ahí
es donde está la verdadera trampa contra los intereses del pueblo. El fraude no
sería entonces por parte del CNE, como se acostumbra acusar sin fundamento en
cada elección, sino de los mismos electores, quienes asumirían las elecciones
municipales como un termómetro para medir mayorías y minorías, perdiendo de
vista la esencialidad de un proceso electoral que tiene otros propósitos. ¿Y
para cuándo se va dejar la elección de líderes comunitarios que trabajen por
los asuntos que son de interés directo de los vecinos? Es hasta paradójica la
situación. El ciudadano se deja secuestrar su papel vital como protagonista
clave en la construcción de la sociedad, cuando pone en segundo plano las
propuestas electorales de los candidatos locales y se aferra a determinado
color partidista. Eso pasa tanto en el bando oficialista como en el opositor. A
veces la ceguera conduce al contrabando de liderazgos mediocres, porque sólo se
cumple con el simple papel de elector y no se asume el verdadero rol de
ciudadano. josegarmo@yahoo.com
José de la Cruz García Mora
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